jueves, 19 de septiembre de 2013

A capella - Estela Figueroa

A Capella, editado por ediciones delanada, santa fe, 1991.

La mosca


Primero fue como la intromisión de una mosca en invierno.
Algo tan raro. Los ojos siguen el vuelo.
El oído trata de percibir el zumbido.
La mosca se detiene en la mesa
en la bombilla de luz. Desconcierta.

Después –esto se sabe–
una mosca en invierno puede anunciar tormenta.
Es peligro. Es
como un frío repentino en el pecho.
–Voy a enfermarme– se piensa.

Y el primer trueno es un escándalo.
No queda un vidrio sano. No hay
espejo donde  mirarse.

Hay que cerrar la casa como cuando llega la noche.
Que sentarse como para abrir una carta.
Que acostarse como para recibir una enfermedad.
Que levantarse como para ir hacia la puerta
como si se hubiera escuchado que golpean.

*

Pasado ilusorio

Cuando era joven yo caminaba mucho bajo la lluvia
y mis pensamientos eran frescos, inspirados.

Me parecía que la ciudad era “una margarita
con mi cara en el medio”.
Y que las dos palpitábamos al mismo tiempo
como dos senos.

Al inhalar levantaba alto la margarita
y la convertía en una hermosa sombrilla
y protegía con ella mi dicha.

Al exhalar me acurrucaba junto a su tallo
“como una golondrina abatida
junto a un muro”

*

La cinta

I


Ahora lo sé.
Lo que nos ataba
era una cinta de seda.

Quién escribe
en una cinta
una historia amorosa?
Ahora es como el rosario
que cae al suelo con estruendo
desde las manos del muerto.

Ahora lo veo.
Esa frágil cinta
era nuestro orden.
Pero cuando la rompiste fue
como haber estado sujetos con cadenas.
Cuántas marcas
en mis manos
que hasta hace un año
tejían alegremente!


**


II


Es octubre.
Tus pasos
ya no resuenan en el patio
donde –¿no es extraño?–
las plantas que hace una año
plantamos juntos
florecen.

Es octubre
y en la modesta
escenografía de mi casa
los roles que me diste
se mezclaron:
He aquí que Yocasta
teje apacible
–la cabeza gacha–
y la pobre Penélope
–borracha–
trata –iracunda–
de seducir a sus hijos.

De la hojarasca surge
blanco y vacío como el caracol
al que de niña
acercaba la oreja.
Escucha corazón.

El rocío cayó sobre la anémona
sin hacer ruido.
Y la anémona se inclinó grávida.
Y nadie la oyó.

Así he sentido a mi corazón
desenroscarse como la hoja del “nido de abeja”
e inclinarse hacia otro.
Y nadie lo oyó.

Cómo nos persiguen los muertos!

Aunque escondamos sus fotos.
Aunque saquemos de la casa sus ropas.
Aunque intentemos obligarlos
al rincón oscuro del silencio
cómo vuelven...

Durante el día
intervienen en nuestras conversaciones
y hablan por nuestra boca
palabras violentas.
Hay quien elige nuestra ropa
y quien nos empuja hacia la casa
adonde no pensábamos volver.

Qué ansiedad nos transmiten
en nuestras enfermedades..
Y como las flores apretadas
entre las hojas de un libro
o como la carta que amarillea
con qué paciencia nos esperan.

Son lo que entra en el instante
en que el pensamiento se abre
al esplendor del verano?
Esa sensación de brisa
son?
Ese miedo repentino que la acompaña?

Sólo de noche
cuando dormimos
los muertos están quietos.
Ya la llave giró en su cerradura
y ellos –como perros sin dueño–
se echan ante la puerta.

*

Dos poemas sobre la realidad


Realidad I


Durante muchos años
viví preocupada por mis agujeros.

Y es que me exasperaban:
si estaban vacíos se irritaban
se intentaba colmarlos
se resistían.

Así
me era imposible pensar en todos.
Y hablaba de pequeños cuencos
de puertas que se abrían se cerraban
de copitas de cristal rajado.

Ahora que me concibo a mí misma resbalando
de oeste a este
por el agujero negro del espacio
me he despreocupado.

A quién tiene por costumbre resbalar
¿Le puede importar presentarse
con algunos agujeros
en casa de amigos?

*

Realidad II

Puede ocurrir que la realidad
se presente de improviso.
Por ejemplo mientras camino
con mi hija menor de la mano
por los alrededores del barrio.
Puede ocurrir
que empiece a resbalar.

Sospecho que los niños
saben más que de éstos estados
que sus padres.
Ya no la llevo yo.
Ella me lleva.
¡Su pequeña mano
sostiene el mundo!

*

Mi cuerpo

 Hay momentos en que mi cuerpo me parece
como una casa abandonada.

Y no sé si soy yo
o es mi fantasma
que ha entrado en él
por error

Antiguo, pesado amor

Era cuando la dicha
reía en el alma?
No.
Tampoco cuando la sonrisa
se esfumaba
liviana
sobre los techos.

Era cuando la risa
se congelaba en la boca.
Cuando las manos la amordazaban.
Y el corazón batallaba contra sí mismo
como un guerrero loco
en el pecho.
Era entonces cuando el amor llegaba.

Era una bandada de patos en la noche.
Era la visión de una plaza desierta
calcinada de sol.
Era el deseo de caminar bajo los árboles.
Era ese instante de silencio
en el bar tumultuoso.
Era así como el amor llegaba.

Con el fervor de la planta
que en el “verano de San Juan”
se brota.
Y el extravío del pájaro
que pierde el rumbo
y cae.

O era yo la extraviada?
Pero era así como el amor me era devuelto.
Como devuelve el río
el cuerpo del que ahogó.
Como es devuelta una carta sin abrir.
Y yo quería mi amor
su sombra
su plaza blanca
su bandada.

Cerraba los ojos
para que no me cegara tanta luz
y los abría: no había nada.

*

“Y llegues al atardecer a una oscura morada”

De aquel brazo enorme que empujaba el columpio
y de la niña allí sentada
¿qué?

Yo soñaba –ah vértigo, padre–
que iba a saltar expulsada
hacia las cimas de las grevileas
nevadas de luna
¿y qué?

Otros brazos me empujaron después.
Me ahogaron me sostuvieron
me hicieron soñar me alejaron...

Y a los cuarenta años es otra vez el parque.
Las grevileas ya no son tan altas.
La luna no da tanta luz
El columpio vacío apenas se mueve en el viento.
Pero tu brazo flaco aún me empuja.
Sólo que ahora es hacia una “Oscura morada”
donde una vieja me espera.

*

Pierdo las tardes

Las tardes deseadas
de luz tenue
sobre la página en blanco
ya no son para mí.

Si alguna vez las tuve
las perdí.

Como los deseos insatisfechos
aparecen de noche.
Espinas son
en mi mano.

La mesa limpia
junto a la ventana. Sí.
Y a través del cristal
parece que la azalea florecida
invita al fantasma
a sentarse.

Pero yo escribo agazapada
palabras que han resonado en mi cabeza
sobresaltándome
como disparos.

*

Un derrumbe

De una casa sólida
pasé a ser un terreno baldío.
Donde hubo paredes
ahora hay escombros.

No sé como pasó.

Los vecinos me arrojan la basura
que el camión de residuos desdeña.
Y los niños me pisan con temor
porque albergo vidrios y latas despanzurradas.

Las novedades son algún gato recién nacido
o un ladrón que se esconde por un rato.

Transeúnte que pasas desprevenido junto a mí:
me llueve en los ojos!

*

La amiga del espejo

Me pide susurrándome
–: “No me dejes así.
Desvaída y plana
en la humedad del baño.
¡Píntame los labios!”

Parada frente a ella
recorro con el lápiz
la forma de mi boca.

“¡No ese rojo–me grita–
No tanto!”

Parece que pretendía quedar
como Madame Renoir
en el Conservatorio.
No como Saturno
devorando a su hijo
en el cuadro de Goya

*

“Trata de retenerlas, poeta”
                                                           Cavafis

Atada a la vida
como el cordero a la soga
voy –en el tráfico de la pequeña ciudad–
con un cencerro.
Imágenes de la que fui
se alzan por sobre el chirrido de los televisores
las obligaciones y el vértigo
del día transcurrido.

El deseo de estar sola
el odio a los padres
la desconfianza ante los amigos
la sensación de haber sido arrojada
al borde del camino. Aquello
fue lo mejor de mí.

Fue lo mejor de mí
–como se dice de los grandes amores–
Y lo he perdido.

*

De cerca, de lejos

A una herida
sucede otra.
A cada herida
un vendaje.

Transeúnte:
no quiero
que me miren.

De cerca debo
parecerme a una momia.
De lejos
una novia abandonada.

*

Tres poemas a la muerte de su padre

Pequeño reloj pulsera negro

Fue cuando el médico dijo:
“está muriéndose”
que me compré un pequeño reloj
para medir el tiempo
de su agonía.

Todavía lo uso.
Ahora para medir
mi tiempo sin padre.

Transeúnte que me detienes en la calle
y apresuradamente me preguntas la hora
¡No puedes saber para qué cosas
sirve este reloj!

Pálida y helada estaba su frente

Un pedazo de cartón
colocado en el cuello
hacía que la cabeza
permaneciera levantada.

Puntillas de nylon
salían del ataúd
de este hombre viril
sometido a las flores.

*

Hay humillación en la muerte.

Por eso, transeúnte, aunque llueva
cuando pase mi padre
rumbo a la Oscura Morada
¡descúbrete!

Un año después

Lo habían acomodado
como a una torta.

Yo recibía a la gente
como dueña de casa.

La luz que habíamos
hecho arrancar del ataúd
flotaba como carancho
entre el perfume de las flores
y el humo de las conversaciones.

No se posó en vos.
Se posó en mí.
Padre.

*

La enamorada del muro

I

La enamorada del muro
no sabe cómo es el muro.
pero seguro siente su humedad
cuando ha llovido.
Su aridez
en tiempo seco.
La enamorada del muro
depende del muro.
A él se aferra.
Si el muro se cae
ella se desparrama
como una cabellera sin cabeza.

A veces es tímida
y cubre sólo la base
como una mujer arrodillada
que abraza las piernas de una hombre.
Y a veces –qué deseo
y qué orgullo caben en ella–
cubre no sólo el muro
sino toda la casa.

II

Todo amor nace
a partir de una pequeña confusión.
Nadie puede decir con certeza
si es el muro el que sostiene a su enamorada
o es la enamorada
la que sostiene el muro.
Y todo amor crece
a partir de pequeñas carencias:
La enamorada del muro no florece.
Tampoco el muro.

III

Visto desde afuera
la impresión general es de una gran belleza.
¿Pero quién puede alejarse para mirar
cuando está enamorado?
El muro no ve el hermoso conjunto.
Ve pequeños tentáculos
que se clavan en él.
La enamorada ve el muro descarnado.
“El es el hueso que me da forma.
Yo soy la carne que le da vida”.

IV

Vampiro en el jardín

Ningún jardinero
la recomendaría.
La enamorada del muro
tan pródiga con el muro
tiene un rol muy cruel en el jardín.

Está en su naturaleza apropiarse
de toda la humedad del terreno.
De modo que mientras ella se expande
y se demora tiernamente en el abrazo
las otras plantas mueren.
¿Qué puede importarle?

Una mujer enamorada es capaz
de atravesar sin ver una ciudad bombardeada.
Los ojos fijos en los labios de su amor.

No hay culpa
en la pasión.

“No permitiré que nada
ni nadie
te haga daño
amor mío”

V

En sí misma

Sólo una loca pudo
enamorarse de un muro.

Un muro no habla.
No escribe cartas.
No florece.

Cubierto totalmente por las hojas
deja de ser visible.
hasta se puede dudar de su existencia.

“No es eso
hija
lo que te enamora.
No es muro.
Es tu esplendor”.

*

Amazonia

Es mi fracaso.
A veces aparece en sueños.
A veces en el fragor del mediodía.
Se abre paso como una pequeña verdad.
Es el fracaso de mi vida.

No tiene nombres precisos.
No tiene fechas precisas.
No tiene largas ausencias
ni grandes acontecimientos
imposible de olvidar.

Puso un látigo en mis manos.
Un caballo muerto de sed en mi puerta.
Y un pozo profundo en mi patio
colmado de piedras.

*

BICHOS EN MI CASA

I

La cucaracha

La aplasté en el patio.

Al ver que se movía
creía que seguía viva.
Eran las hormigas
arrastrándolas.

Aceptar que lo que unos
pisan con desprecio
puede ser un manjar
para otros.

*

II

Aprender de la dignidad del gato.
Mata la laucha
pero no se la come.

*

III

Porque ya no hablamos
me creo liberada de nuestra unión.
Es ingenuo.

Ambos tenemos el tesón
y la paciencia de la araña.
Puede permanecer un año escondida.
Y es un misterio saber qué la alimenta.

*

IV

Cuando pienso en la felicidad que me diste
me pregunto si no me comporté como el perro.
Mira agradecido
al que le tiró un hueso.

*

V

Molesto
Zumbo.
Pico.
Soy como el mosquito
cuando me enamoro.

Será por eso
que me cierran las ventanas. 
 

Estela Figueroa nació el 12/8/46. Reside en Santa Fe. Ha publicado: Máscaras sueltas (1985); Maschere Móbili (1987), trad. de Sergio Miranda; Libro Rojo de Tito (1988); A Capella (1991), ediciones delanada, santa fe, 1991.