La mosca
Primero
fue como la intromisión de una mosca en invierno.
Algo
tan raro. Los ojos siguen el vuelo.
El
oído trata de percibir el zumbido.
La
mosca se detiene en la mesa
en
la bombilla de luz. Desconcierta.
Después
–esto se sabe–
una
mosca en invierno puede anunciar tormenta.
Es
peligro. Es
como
un frío repentino en el pecho.
–Voy
a enfermarme– se piensa.
Y
el primer trueno es un escándalo.
No
queda un vidrio sano. No hay
espejo
donde mirarse.
Hay
que cerrar la casa como cuando llega la noche.
Que
sentarse como para abrir una carta.
Que
acostarse como para recibir una enfermedad.
Que
levantarse como para ir hacia la puerta
como
si se hubiera escuchado que golpean.
*
Pasado ilusorio
Cuando
era joven yo caminaba mucho bajo la lluvia
y
mis pensamientos eran frescos, inspirados.
Me
parecía que la ciudad era “una margarita
con
mi cara en el medio”.
Y
que las dos palpitábamos al mismo tiempo
como
dos senos.
Al
inhalar levantaba alto la margarita
y
la convertía en una hermosa sombrilla
y
protegía con ella mi dicha.
Al
exhalar me acurrucaba junto a su tallo
“como
una golondrina abatida
junto
a un muro”
*
La cinta
I
Ahora
lo sé.
Lo
que nos ataba
era
una cinta de seda.
Quién
escribe
en
una cinta
una
historia amorosa?
Ahora
es como el rosario
que
cae al suelo con estruendo
desde
las manos del muerto.
Ahora
lo veo.
Esa
frágil cinta
era
nuestro orden.
Pero
cuando la rompiste fue
como
haber estado sujetos con cadenas.
Cuántas
marcas
en
mis manos
que
hasta hace un año
tejían
alegremente!
**
II
Es
octubre.
Tus
pasos
ya
no resuenan en el patio
donde
–¿no es extraño?–
las
plantas que hace una año
plantamos
juntos
florecen.
Es
octubre
y
en la modesta
escenografía
de mi casa
los
roles que me diste
se
mezclaron:
He
aquí que Yocasta
teje
apacible
–la
cabeza gacha–
y
la pobre Penélope
–borracha–
trata
–iracunda–
de
seducir a sus hijos.
De
la hojarasca surge
blanco
y vacío como el caracol
al
que de niña
acercaba
la oreja.
Escucha
corazón.
El
rocío cayó sobre la anémona
sin
hacer ruido.
Y
la anémona se inclinó grávida.
Y
nadie la oyó.
Así
he sentido a mi corazón
desenroscarse
como la hoja del “nido de abeja”
e
inclinarse hacia otro.
Y
nadie lo oyó.
Cómo nos persiguen los
muertos!
Aunque
escondamos sus fotos.
Aunque
saquemos de la casa sus ropas.
Aunque
intentemos obligarlos
al
rincón oscuro del silencio
cómo
vuelven...
Durante
el día
intervienen
en nuestras conversaciones
y
hablan por nuestra boca
palabras
violentas.
Hay
quien elige nuestra ropa
y
quien nos empuja hacia la casa
adonde
no pensábamos volver.
Qué
ansiedad nos transmiten
en
nuestras enfermedades..
Y
como las flores apretadas
entre
las hojas de un libro
o
como la carta que amarillea
con
qué paciencia nos esperan.
Son
lo que entra en el instante
en
que el pensamiento se abre
al
esplendor del verano?
Esa
sensación de brisa
son?
Ese
miedo repentino que la acompaña?
Sólo
de noche
cuando
dormimos
los
muertos están quietos.
Ya
la llave giró en su cerradura
y
ellos –como perros sin dueño–
se
echan ante la puerta.
*
Dos poemas sobre la realidad
Realidad I
Durante muchos años
viví preocupada por mis
agujeros.
Y es que me exasperaban:
si estaban vacíos se
irritaban
se intentaba colmarlos
se resistían.
Así
me era imposible pensar en
todos.
Y hablaba de pequeños cuencos
de puertas que se abrían
se cerraban
de copitas de cristal
rajado.
Ahora que me concibo a mí
misma resbalando
de oeste a este
por el agujero negro del
espacio
me he despreocupado.
A quién tiene por
costumbre resbalar
¿Le puede importar
presentarse
con algunos agujeros
en casa de amigos?
*
Realidad
II
Puede ocurrir que la
realidad
se presente de improviso.
Por ejemplo mientras
camino
con mi hija menor de la
mano
por los alrededores del
barrio.
Puede ocurrir
que empiece a resbalar.
Sospecho que los niños
saben más que de éstos
estados
que sus padres.
Ya no la llevo yo.
Ella me lleva.
¡Su pequeña mano
sostiene el mundo!
*
Mi
cuerpo
Hay momentos en que mi cuerpo me parece
como una casa abandonada.
Y no sé si soy yo
o es mi fantasma
que ha entrado en él
por error
Antiguo, pesado amor
Era cuando la dicha
reía en el alma?
No.
Tampoco cuando la sonrisa
se esfumaba
liviana
sobre los techos.
Era cuando la risa
se congelaba en la boca.
Cuando las manos la
amordazaban.
Y el corazón batallaba
contra sí mismo
como un guerrero loco
en el pecho.
Era entonces cuando el
amor llegaba.
Era una bandada de patos
en la noche.
Era la visión de una plaza
desierta
calcinada de sol.
Era el deseo de caminar
bajo los árboles.
Era ese instante de
silencio
en el bar tumultuoso.
Era
así como el amor llegaba.
Con el fervor de la planta
que en el “verano de San
Juan”
se brota.
Y el extravío del pájaro
que pierde el rumbo
y cae.
O era yo la extraviada?
Pero era así como el amor
me era devuelto.
Como devuelve el río
el cuerpo del que ahogó.
Como es devuelta una carta
sin abrir.
Y yo quería mi amor
su sombra
su plaza blanca
su bandada.
Cerraba los ojos
para que no me cegara
tanta luz
y los abría: no había
nada.
*
“Y
llegues al atardecer a una oscura morada”
De aquel brazo enorme que
empujaba el columpio
y de la niña allí sentada
¿qué?
Yo soñaba –ah vértigo,
padre–
que iba a saltar expulsada
hacia las cimas de las
grevileas
nevadas de luna
¿y qué?
Otros brazos me empujaron
después.
Me ahogaron me sostuvieron
me hicieron soñar me
alejaron...
Y a los cuarenta años es
otra vez el parque.
Las grevileas ya no son
tan altas.
La luna no da tanta luz
El columpio vacío apenas
se mueve en el viento.
Pero tu brazo flaco aún me
empuja.
Sólo que ahora es hacia
una “Oscura morada”
donde una vieja me espera.
*
Pierdo
las tardes
Las tardes deseadas
de luz tenue
sobre la página en blanco
ya no son para mí.
Si alguna vez las tuve
las perdí.
Como los deseos
insatisfechos
aparecen de noche.
Espinas son
en mi mano.
La mesa limpia
junto a la ventana. Sí.
Y a través del cristal
parece que la azalea
florecida
invita al fantasma
a sentarse.
Pero yo escribo agazapada
palabras que han resonado
en mi cabeza
sobresaltándome
como disparos.
*
Un
derrumbe
De una casa sólida
pasé a ser un terreno
baldío.
Donde hubo paredes
ahora hay escombros.
No sé como pasó.
Los vecinos me arrojan la
basura
que el camión de residuos
desdeña.
Y los niños me pisan con
temor
porque albergo vidrios y
latas despanzurradas.
Las novedades son algún
gato recién nacido
o un ladrón que se esconde
por un rato.
Transeúnte que pasas
desprevenido junto a mí:
me llueve en los ojos!
*
La
amiga del espejo
Me pide susurrándome
–: “No me dejes así.
Desvaída y plana
en la humedad del baño.
¡Píntame los labios!”
Parada frente a ella
recorro con el lápiz
la forma de mi boca.
“¡No ese rojo–me grita–
No tanto!”
Parece que pretendía
quedar
como Madame Renoir
en el Conservatorio.
No como Saturno
devorando a su hijo
en el cuadro de Goya
*
“Trata
de retenerlas, poeta”
Cavafis
Atada a la vida
como el cordero a la soga
voy –en el tráfico de la
pequeña ciudad–
con un cencerro.
Imágenes de la que fui
se alzan por sobre el
chirrido de los televisores
las obligaciones y el
vértigo
del día transcurrido.
El deseo de estar sola
el odio a los padres
la desconfianza ante los
amigos
la sensación de haber sido
arrojada
al borde del camino.
Aquello
fue lo mejor de mí.
Fue lo mejor de mí
–como se dice de los
grandes amores–
Y lo he perdido.
*
De
cerca, de lejos
A una herida
sucede otra.
A cada herida
un vendaje.
Transeúnte:
no quiero
que me miren.
De cerca debo
parecerme a una momia.
De lejos
una novia abandonada.
*
Tres
poemas a la muerte de su padre
Pequeño reloj pulsera
negro
Fue cuando el médico dijo:
“está muriéndose”
que me compré un pequeño
reloj
para medir el tiempo
de su agonía.
Todavía lo uso.
Ahora para medir
mi tiempo sin padre.
Transeúnte que me detienes
en la calle
y apresuradamente me
preguntas la hora
¡No puedes saber para qué
cosas
sirve este reloj!
Pálida
y helada estaba su frente
Un pedazo de cartón
colocado en el cuello
hacía que la cabeza
permaneciera levantada.
Puntillas de nylon
salían del ataúd
de
este hombre viril
sometido
a las flores.
*
Hay humillación en la
muerte.
Por
eso, transeúnte, aunque llueva
cuando
pase mi padre
rumbo
a la Oscura Morada
¡descúbrete!
Un
año después
Lo
habían acomodado
como
a una torta.
Yo
recibía a la gente
como
dueña de casa.
La
luz que habíamos
hecho
arrancar del ataúd
flotaba
como carancho
entre
el perfume de las flores
y
el humo de las conversaciones.
No
se posó en vos.
Se
posó en mí.
Padre.
*
La enamorada del muro
I
La
enamorada del muro
no
sabe cómo es el muro.
pero
seguro siente su humedad
cuando
ha llovido.
Su
aridez
en
tiempo seco.
La
enamorada del muro
depende
del muro.
A
él se aferra.
Si
el muro se cae
ella
se desparrama
como
una cabellera sin cabeza.
A
veces es tímida
y
cubre sólo la base
como
una mujer arrodillada
que
abraza las piernas de una hombre.
Y
a veces –qué deseo
y
qué orgullo caben en ella–
cubre
no sólo el muro
sino
toda la casa.
II
Todo
amor nace
a
partir de una pequeña confusión.
Nadie
puede decir con certeza
si
es el muro el que sostiene a su enamorada
o
es la enamorada
la
que sostiene el muro.
Y
todo amor crece
a
partir de pequeñas carencias:
La
enamorada del muro no florece.
Tampoco
el muro.
III
Visto
desde afuera
la
impresión general es de una gran belleza.
¿Pero
quién puede alejarse para mirar
cuando
está enamorado?
El
muro no ve el hermoso conjunto.
Ve
pequeños tentáculos
que
se clavan en él.
La
enamorada ve el muro descarnado.
“El
es el hueso que me da forma.
Yo
soy la carne que le da vida”.
IV
Vampiro
en el jardín
Ningún
jardinero
la
recomendaría.
La
enamorada del muro
tan
pródiga con el muro
tiene
un rol muy cruel en el jardín.
Está
en su naturaleza apropiarse
de
toda la humedad del terreno.
De
modo que mientras ella se expande
y
se demora tiernamente en el abrazo
las
otras plantas mueren.
¿Qué
puede importarle?
Una
mujer enamorada es capaz
de
atravesar sin ver una ciudad bombardeada.
Los
ojos fijos en los labios de su amor.
No
hay culpa
en
la pasión.
“No
permitiré que nada
ni
nadie
te
haga daño
amor
mío”
V
En
sí misma
Sólo
una loca pudo
enamorarse
de un muro.
Un
muro no habla.
No
escribe cartas.
No
florece.
Cubierto
totalmente por las hojas
deja
de ser visible.
hasta
se puede dudar de su existencia.
“No
es eso
hija
lo
que te enamora.
No
es muro.
Es
tu esplendor”.
*
Amazonia
Es
mi fracaso.
A
veces aparece en sueños.
A
veces en el fragor del mediodía.
Se
abre paso como una pequeña verdad.
Es
el fracaso de mi vida.
No
tiene nombres precisos.
No
tiene fechas precisas.
No
tiene largas ausencias
ni
grandes acontecimientos
imposible
de olvidar.
Puso
un látigo en mis manos.
Un
caballo muerto de sed en mi puerta.
Y
un pozo profundo en mi patio
colmado
de piedras.
*
BICHOS EN MI CASA
I
La cucaracha
La
aplasté en el patio.
Al
ver que se movía
creía
que seguía viva.
Eran
las hormigas
arrastrándolas.
Aceptar
que lo que unos
pisan
con desprecio
puede
ser un manjar
para
otros.
*
II
Aprender
de la dignidad del gato.
Mata
la laucha
pero
no se la come.
*
III
Porque
ya no hablamos
me
creo liberada de nuestra unión.
Es
ingenuo.
Ambos
tenemos el tesón
y
la paciencia de la araña.
Puede
permanecer un año escondida.
Y
es un misterio saber qué la alimenta.
*
IV
Cuando
pienso en la felicidad que me diste
me
pregunto si no me comporté como el perro.
Mira
agradecido
al
que le tiró un hueso.
*
V
Molesto
Zumbo.
Pico.
Soy
como el mosquito
cuando
me enamoro.
Será
por eso
que
me cierran las ventanas.
Estela Figueroa nació el 12/8/46. Reside en Santa Fe. Ha publicado: Máscaras
sueltas (1985); Maschere Móbili
(1987), trad. de Sergio Miranda; Libro Rojo de Tito (1988); A Capella
(1991), ediciones delanada, santa fe, 1991.