lunes, 4 de febrero de 2013

Horacio Castillo - Carroña Celeste



Horacio Castillo - Carroña Celeste
(El Soplo y El Viento, Ediciones delanada, Santa Fe, 1999)

Ha publicado, en poesía:
Descripción (1971); Materia acre (1974); Tuerto rey (1982); Alaska (1993); Los gatos de la Acrópolis (1998). Cendra (2000); Música de la víctima y otros poemas (2003); Mandala (2005); La casa del ahorcado (reúne su obra poética de 1974-1999)
y Por un poco más de luz (reúne su obra poética de 1974-2005).



original de un poema del libro "Tuerto Rey", Carmina, 1982
(un regalo de Juan Manuel Inchauspe)


*

DICE EURIDICE

La ansiedad me dominó, y luego la inquietud, cuando supe que venías:
horror de que me vieras así, con este tocado de sombra,
el pelo sin brillo - el pelo, que el sol no se cansaba de dorar.
Terror también de que no fueras el mismo 
                                                 - el que permanecía en mi memoria -
y al mismo tiempo curiosidad por ver de nuevo un ser vivo.
Hace tanto que nadie venía por aquí,
tanto que nadie se llevaba un alma o un perro,
que cuando oí tus pasos y tu voz llamándome,
cuando por fin te estreché, más que a ti estaba abrazando a la vida.
Después tu calor me condensó, me sacó como una vasija,
y caminé por el sombrío corredor
otra vez con aquella máquina atronadora dentro del pecho
y un carbón encendido en medio de las piernas.
Caminé de tu brazo, imaginando ya la luz,
los árboles junto a los cuales caminábamos,
aquella habitación llena de espejos
donde flotábamos como dos ahogados.
Hasta que de pronto tu paso se hizo nervioso,
tu pensamiento se espantó como un caballo,
y vi que tratabas de desprenderte de mí,
de librarte de la trampa de la materia mortal.
“No te vayas - supliqué - no me dejes aquí,
déjame ver de nuevo las nubes y el sol,
suéltame por el mundo como una potranca tracia.”
Pero tú ya corrías hacia la salida,
y durante siete días y siete noches oí cómo llorabas,
cómo cantabas en la ribera del río infernal
nuestra vieja canción: “Lo lejano, sólo lo más lejano perdura.”

(Alaska)

*

BOSQUE EN LLAMAS

Esta intrincada red de tramas y reflejos es nuestro hábitat.
Aquí edificamos, en el fuego. Y una ola más pura que el aire,
más clara que el agua, socava los cimientos.
Abre la ventana: el bosque en llamas.
Pisa el umbral: la vida camina sobre las brasas.
Aquí edificamos, en el fuego. Y alrededor,
un orden nuevo condenado a morir,
un orden viejo condenado a nacer.
Abre la ventana: la vida al rojo.
Pisa el umbral: ceniza celeste.
Aquí edificamos, en el fuego. Y el alma,
como un pavo real, abre su cola en el incendio

(Alaska)

*

MUJER PEINÁNDOSE ANTE EL ESPEJO

El peine va y viene por un campo de azafrán,
mientras la mirada recorre el óvalo del rostro,
las líneas de las cejas,
el lóbulo casi transparente de la oreja,
los ojos donde una sustancia viscosa
la adhiere a pensamientos antiguos,
hasta que una ráfaga la arroja hacia atrás,
lejos, como un pájaro marino,
al jardín donde espera el paso del rey,
pero el rey no ha pasado, o ella no lo vio,
y se sienta con el ramo sobre la falda
a escuchar la música de las rosas,
mientras todo se detiene a su alrededor,
el viento entre las hojas, las palomas en el tejado,
la sombra del mundo sobre sus párpados,
y sube los escalones del Primer Sueño
donde se sienta nuevamente en su jardín
a esperar el paso del rey,
pero el rey no ha pasado, o ella no lo vio,
y subiendo los escalones del Segundo Sueño
se sienta con el ramo sobre la falda
a escuchar la música de las rosas,
pero el rey no ha pasado, o ella no lo vio,
y sube los escalones del Tercer Sueño,
siempre con el ramo junto a la falda
y la mirada detenida en el seto,
pero el rey no ha pasado, o ella no lo vio,
y se pierde en los caminos de lo Desconocido,
se extravía hacia Nunca o Ninguna Parte,
en el confín de los sueños, allí donde nace la realidad,
y de pronto se mueven o parece que se mueven las ramas,
alguien ha pasado el umbral de las rosas
y está despierta, vive otra vez,
después del sueño de quinientos años,
y todo se pone otra vez en movimiento,
el viento entre las hojas, las palomas en el tejado,
la sombra del mundo sobre sus párpados,
esos labios que ahora se pliegan en una sonrisa
mientras la mano se detiene en el aire
y una manada de soles corre por su espalda hacia la libertad.

(Los gatos de la Acrópolis)

*

EPITALAMIO

Tálamo del olvido, allí yacíamos,
prisioneros de un deseo que no era nuestro,
mientras afuera entonaban cantos nupciales
y la Gran Rueda de Silencio pasaba sobre los sueños.
Allí yacíamos, atados de pies y manos,
y se sacaba a nuestro lado la mancha roja de la vida.
¿Pero quién fue el primero en oír la campana?
¿Quién el primero en despertar?

(Alaska)

*

HISTORIA CALAMITATUM

Esta pena es pasajera, no eterna.
Tiende a purificar, no a condenar.
Segunda carta de Abelardo a Heloísa


¿Adónde ir ahora? ¿Cómo reaparecer ante el público,
para que todos me señalen con el dedo
y se ensañe la compasión? Ya no soy, para el mundo,
sino un espectáculo abominable, escándalo, un eunuco
excluido, como animal mutilado, de la asamblea de Dios.
La ley homicida me ha juzgado de esta manera
para que purgue las seducciones de la carne y del siglo,
pero el aguijón del pensamiento, más poderoso que el
de la carne, aviva la hoguera de la voluptuosidad
y el fuego se propaga desde el cielo al infierno.
El dolor infligido exaspera todavía más
porque el pensamiento, ay, a diferencia de la sensación,
no se consuma, y se revuelve sobre sí mismo
buscando esa muerte donde todo halla reposo.
Para mí no hay corona, y puesto que un abismo
separa de la esposa blanca por los huesos,
espero otro nombre mejor que el de esposo,
el nombre verdadero que jamás perece.

(Los gatos de la Acrópolis)

*

LA VIRGEN

Herida por el rayo ardo sólo para mí.
Mi demanda es una demanda de privación.
Mi ofrenda es una ofrenda de plenitud.
La promesa nos mantendrá vivos, la consumación nos destruirá.
Todo conocimiento es conocimiento nupcial. Este es mi
don, el misterio que me ha sido confiado: mi cuerpo
vuelve a cerrarse como una flor nocturna.
¿La memoria también?
Nada sé.
Gracia de lo nunca poseído, el objeto redentor.
Enséñame a nacer.
Pongo en tu dedo el anillo que se quita del dedo de los muertos.
Enséñame a morir.
Pongo en tu boca el óbolo que se pone en la boca de los vivos.
Sangre de santos hirviendo.
Madre de todas las rosas.
Y una herida cuya sangre hace sanar.
Ya soy libre.
Ya soy sierva.
Mira: muchachas lavan sus muslos en un río inmóvil.
El cuerpo olvida toda caricia, toda escoria.
Y se ha cerrado el ojo de la paloma.
El misterio se ha cumplido.
Se llama vida.
Y ardo nuevamente para mí y para ti.
¿Hasta el fin?
No hay fin.

(Los gatos de la Acrópolis)