Horacio
Castillo - Carroña Celeste
(El Soplo y
El Viento, Ediciones delanada, Santa Fe, 1999)
Descripción
(1971); Materia acre (1974); Tuerto rey (1982); Alaska (1993); Los gatos de la
Acrópolis (1998). Cendra (2000); Música de la víctima y otros poemas (2003);
Mandala (2005); La casa del ahorcado (reúne su obra poética de 1974-1999)
y Por un poco
más de luz (reúne su obra poética de 1974-2005).
original de un poema del libro "Tuerto Rey", Carmina, 1982
(un regalo de Juan Manuel Inchauspe)
*
DICE EURIDICE
La ansiedad
me dominó, y luego la inquietud, cuando supe que venías:
horror de que
me vieras así, con este tocado de sombra,
el pelo sin
brillo - el pelo, que el sol no se cansaba de dorar.
Terror
también de que no fueras el mismo
- el que permanecía en mi memoria -
y al mismo
tiempo curiosidad por ver de nuevo un ser vivo.
Hace tanto
que nadie venía por aquí,
tanto que
nadie se llevaba un alma o un perro,
que cuando oí
tus pasos y tu voz llamándome,
cuando por
fin te estreché, más que a ti estaba abrazando a la vida.
Después tu
calor me condensó, me sacó como una vasija,
y caminé por
el sombrío corredor
otra vez con
aquella máquina atronadora dentro del pecho
y un carbón
encendido en medio de las piernas.
Caminé de tu
brazo, imaginando ya la luz,
los árboles
junto a los cuales caminábamos,
aquella
habitación llena de espejos
donde
flotábamos como dos ahogados.
Hasta que de
pronto tu paso se hizo nervioso,
tu
pensamiento se espantó como un caballo,
y vi que
tratabas de desprenderte de mí,
de librarte
de la trampa de la materia mortal.
“No te vayas
- supliqué - no me dejes aquí,
déjame ver de
nuevo las nubes y el sol,
suéltame por
el mundo como una potranca tracia.”
Pero tú ya
corrías hacia la salida,
y durante
siete días y siete noches oí cómo llorabas,
cómo cantabas
en la ribera del río infernal
nuestra vieja
canción: “Lo lejano, sólo lo más lejano perdura.”
(Alaska)
*
BOSQUE EN
LLAMAS
Esta
intrincada red de tramas y reflejos es nuestro hábitat.
Aquí
edificamos, en el fuego. Y una ola más pura que el aire,
más clara que
el agua, socava los cimientos.
Abre la
ventana: el bosque en llamas.
Pisa el
umbral: la vida camina sobre las brasas.
Aquí
edificamos, en el fuego. Y alrededor,
un orden
nuevo condenado a morir,
un orden
viejo condenado a nacer.
Abre la
ventana: la vida al rojo.
Pisa el
umbral: ceniza celeste.
Aquí
edificamos, en el fuego. Y el alma,
como un pavo
real, abre su cola en el incendio
(Alaska)
*
MUJER
PEINÁNDOSE ANTE EL ESPEJO
El peine va y
viene por un campo de azafrán,
mientras la
mirada recorre el óvalo del rostro,
las líneas de
las cejas,
el lóbulo
casi transparente de la oreja,
los ojos
donde una sustancia viscosa
la adhiere a
pensamientos antiguos,
hasta que una
ráfaga la arroja hacia atrás,
lejos, como
un pájaro marino,
al jardín
donde espera el paso del rey,
pero el rey
no ha pasado, o ella no lo vio,
y se sienta
con el ramo sobre la falda
a escuchar la
música de las rosas,
mientras todo
se detiene a su alrededor,
el viento
entre las hojas, las palomas en el tejado,
la sombra del
mundo sobre sus párpados,
y sube los
escalones del Primer Sueño
donde se
sienta nuevamente en su jardín
a esperar el
paso del rey,
pero el rey
no ha pasado, o ella no lo vio,
y subiendo
los escalones del Segundo Sueño
se sienta con
el ramo sobre la falda
a escuchar la
música de las rosas,
pero el rey
no ha pasado, o ella no lo vio,
y sube los
escalones del Tercer Sueño,
siempre con
el ramo junto a la falda
y la mirada
detenida en el seto,
pero el rey
no ha pasado, o ella no lo vio,
y se pierde
en los caminos de lo Desconocido,
se extravía
hacia Nunca o Ninguna Parte,
en el confín
de los sueños, allí donde nace la realidad,
y de pronto
se mueven o parece que se mueven las ramas,
alguien ha
pasado el umbral de las rosas
y está
despierta, vive otra vez,
después del
sueño de quinientos años,
y todo se
pone otra vez en movimiento,
el viento
entre las hojas, las palomas en el tejado,
la sombra del
mundo sobre sus párpados,
esos labios
que ahora se pliegan en una sonrisa
mientras la
mano se detiene en el aire
y una manada
de soles corre por su espalda hacia la libertad.
(Los gatos de la
Acrópolis)
*
EPITALAMIO
Tálamo del
olvido, allí yacíamos,
prisioneros
de un deseo que no era nuestro,
mientras
afuera entonaban cantos nupciales
y la Gran
Rueda de Silencio pasaba sobre los sueños.
Allí
yacíamos, atados de pies y manos,
y se sacaba a
nuestro lado la mancha roja de la vida.
¿Pero quién
fue el primero en oír la campana?
¿Quién el
primero en despertar?
(Alaska)
*
HISTORIA
CALAMITATUM
Esta pena es
pasajera, no eterna.
Tiende a
purificar, no a condenar.
Segunda carta
de Abelardo a Heloísa
¿Adónde ir
ahora? ¿Cómo reaparecer ante el público,
para que
todos me señalen con el dedo
y se ensañe
la compasión? Ya no soy, para el mundo,
sino un
espectáculo abominable, escándalo, un eunuco
excluido,
como animal mutilado, de la asamblea de Dios.
La ley
homicida me ha juzgado de esta manera
para que
purgue las seducciones de la carne y del siglo,
pero el
aguijón del pensamiento, más poderoso que el
de la carne,
aviva la hoguera de la voluptuosidad
y el fuego se
propaga desde el cielo al infierno.
El dolor
infligido exaspera todavía más
porque el
pensamiento, ay, a diferencia de la sensación,
no se
consuma, y se revuelve sobre sí mismo
buscando esa
muerte donde todo halla reposo.
Para mí no
hay corona, y puesto que un abismo
separa de la
esposa blanca por los huesos,
espero otro
nombre mejor que el de esposo,
el nombre
verdadero que jamás perece.
(Los gatos de la
Acrópolis)
*
LA VIRGEN
Herida por el
rayo ardo sólo para mí.
Mi demanda es
una demanda de privación.
Mi ofrenda es
una ofrenda de plenitud.
La promesa
nos mantendrá vivos, la consumación nos destruirá.
Todo
conocimiento es conocimiento nupcial. Este es mi
don, el
misterio que me ha sido confiado: mi cuerpo
vuelve a
cerrarse como una flor nocturna.
¿La memoria
también?
Nada sé.
Gracia de lo
nunca poseído, el objeto redentor.
Enséñame a
nacer.
Pongo en tu
dedo el anillo que se quita del dedo de los muertos.
Enséñame a
morir.
Pongo en tu
boca el óbolo que se pone en la boca de los vivos.
Sangre de
santos hirviendo.
Madre de
todas las rosas.
Y una herida
cuya sangre hace sanar.
Ya soy libre.
Ya soy
sierva.
Mira:
muchachas lavan sus muslos en un río inmóvil.
El cuerpo
olvida toda caricia, toda escoria.
Y se ha
cerrado el ojo de la paloma.
El misterio
se ha cumplido.
Se llama
vida.
Y ardo
nuevamente para mí y para ti.
¿Hasta el
fin?
No hay fin.
(Los gatos de la
Acrópolis)